Una de las cosas que más me gusta es escuchar dialectos del español; uno puede divertirse “ad libitum” al distinguir entre un regio y un yucateco. Recuerdo, como todos los que recuerdan lo hacen con cariño que, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, mis amigos tenían un grupo de fútbol latinoamericano; por ahí llegaron a jugar Marvin, un poeta tico; Brayan, un filósofo colombiano, y Javier, otro filosofó chileno. Se tiene que hacer un esfuerzo para comprender el chileno (¡como en “31 minutos”!), eso me pasa cuando veo sus películas.
Descubrir una obra de arte es lo más parecido a la mayéutica socrática de parir conocimiento. La manera en cómo nos llega es casi divina: recomendación de un amigo, por casualidad al cruzar una calle vemos una librería y nos embruja un título, en un sábado aburrido decidimos ir al museo, a la cineteca o a un café, por accidente en las listas aleatorias de Youtube o Spotifay escuchamos una melodía de Charlie Parker, de Big Mama Tornthon o Art Pepper, y el arte nos comienza a rascar los sentimientos. “Una mujer fantástica” llegó a mí por recomendación de mi hermano el cinéfilo y cuando terminé de verla dije, tengo que hacer un comentario de esto.
“Una mujer fantástica” es una reflexión crítica, dinámica y amena (hay obras con el suficiente análisis, pero caen en la monotonía o ambigüedad artística, por ejemplo, “The Stalker” de Tarkovski); una crítica al machismo y la discriminación ejercida por la mayor parte de Latinoamérica hacia la comunidad LGTB. Los premios recibidos durante 2017 sólo delatan la calidad del filme: Oso de Plata de Berlín por el guion, el Premio Goya a la mejor película extranjera y el Óscar a la mejor película extranjera. De producción chilena, dirigida por Sebastián Lelio, en quien también recayó parte de la producción y del guion, junto con Gonzalo Maza.
Es importante mencionar cierta sospecha que tuve, es el guiño propio del director y donde se filtra la realidad con el arte: Daniela Vega es el nombre de la actriz transgénero que interpreta a Marina, cuyo nombre verdadero dentro de la trama es “Daniel”. Y es que Daniela Vega se accidentó con la fama (porque la fama es un accidente de la casualidad), no me refiero que no es capaz de interpretar un personaje, al contrario, ¡Daniela Vega hace un papelón! Lo que intento decir es que no era su intención actuar o generar polémica (hasta antes de que Sebastián Lelio y Gonzalo Maza la descubrieran, Daniela trabajaba felizmente en una estética y sólo hacía teatro para librarse de la cruda realidad); en su artículo para la revista “Gatopardo” en su edición del cinco de noviembre de 2018, Carolina Rojas entrevista con unas preguntas certeras y acertadas acerca de cómo fue que Daniela Vega se convirtió en una artista consumada: “Habla inglés fluido, es cocinera de profesión, mezzo soprano, peluquera y maquilladora, y actriz autodidacta”, además, acaba de escribir un libro acerca de la problemática transgénero; como pueden ver su energía creadora desde su condición supera a varios de nosotros.
En la película se hacen perfectas referencias acerca de la vida de la protagonista: es mesera, cantante de salsa y merengue, así como mezzo soprano e interpreta música sacra. La sinopsis es la siguiente: Marina, mujer trans, mantiene un noviazgo con el dueño de una fábrica pequeña de textiles, Orlando Onetto, repentinamente en la noche en que él la lleva a festejar el cumpleaños de ella, éste muere a consecuencia de un aneurisma, a partir de este deceso sorpresivo Marina experimenta la discriminación reacia, el ácido rechazo de una sociedad que no es capaz de vislumbrar más allá de los estereotipos del amor; entonces, el devenir del filme se convierte en una especie de “Odisea” en donde la protagonista tiene que pasar por múltiples peripecias para superar la frustración psicológica o el desencanto de una realidad incapaz de tolerar todo lo que es diferente, para después asimilar el duelo y superarlo a través de la catarsis implosiva, como ya he mencionado, que sólo puede proporcionar el arte.
El eje diegético es la discriminación, la total incomprensión, la no empatía, el prejuicio y el egoísmo que se desatan cuando somos incapaces de abrir nuestro sentido más elemental, el cual caracteriza al ser humano: la conciencia. Al respecto cito las palabras del director, Sebastián Lelio, “En la película están todas esas preguntas, de si queremos vivir ese mundo de etiquetas, de segregación, fronteras cerradas, construidas por políticas basadas en el miedo al otro o a lo otro”.
Con una excelente fotografía y banda sonora Matthew Herbert, con una trama abismal que nos cuestiona como sociedad, no sólo la chilena, sino como el gran emporio latinoamericano que conformamos.
Ciertamente, podemos decir que, desde hace veinticinco años a la fecha, el cine chileno viene, como dicta la expresión popular, picando piedra, y puedo asegurar que hoy se encuentra entre las mejores expresiones del séptimo arte en toda América, incluso superando a otras repúblicas hermanas de Latinoamérica. Un filme que cumple las exigencias y objetivos del arte: despertar mentes, abrir conciencias y reflejarse, mediante la convivencia, en la realidad del individuo.
¡¡Cámara y gracias por leerme!!
Lucas Lucatero