INNtenseando: Violencia en la adolescencia

Por: Sergio Dávila Espinosa

La semana pasada la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu) publicó el estudio “La violencia entre estudiantes de educación básica y media superior en México” en el que se hace una revisión de las investigaciones que sobre el tema realizó el desaparecido Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE, 2018), así como de las respuestas a los cuestionarios de contexto que se aplicaron junto con la prueba PISA (2015 y 2018) y la prueba PLANEA (2017).

Los adolescentes están expuestos a distintos tipos de violencia cuando conviven con sus pares y al ser la escuela, el lugar privilegiado para este encuentro, es natural que sea precisamente ahí, donde ésta se genere.

La violencia puede expresarse de forma abierta y física por medio de golpes, aventones o patadas; verbal mediante insultos o burlas; pero también de manera encubierta y sutil cuando los alumnos son excluidos de los diversos grupos que forman sus compañeros o son víctimas de chismes y otras formas de humillación. Desde hace tiempo estas expresiones se dan no sólo de manera presencial en la escuela, sino que se han reinventado migrando a los teléfonos y redes sociales de los estudiantes conformando una nueva categoría de violencia: el ciberacoso, cuya ocurrencia ha crecido como efecto del prolongado período de aislamiento a que fueron sometidos los estudiantes, siendo ésta su única ventana de comunicación con los pares durante esta pandemia. La violencia sexual, que puede incluir elementos de violencia física o psicológica merece atención especial y también se presenta a través del internet (sexting).

El estudio de Mejoredu da cuenta de que al menos una quinta parte de los adolescentes reportan haber sufrido algún tipo de violencia en la escuela, siendo la psicológica la de mayor incidencia. Las consecuencias de estas conductas pueden abarcar desde las graves en la salud física hasta daños emocionales cuyas secuelas a mediano o largo plazo son difíciles de identificar de manera inmediata, pero no deben minimizarse. Esta violencia puede relacionarse en un bucle pernicioso con la autoestima, percepción de logro y aprovechamiento académico de los alumnos, que puede llevarlos a la exclusión por abandono del sistema educativo o incluso en el peor, pero no infrecuente de los casos, a quitarse la vida. El bullying es la primera causa de suicidio entre los adolescentes de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud.

Algunas de las conclusiones que se derivan de los estudios anteriores y que llaman la atención son las siguientes:

  • La violencia escolar alcanza su grado máximo de frecuencia en la educación secundaria, disminuyendo un poco en media superior; pero es mucho mayor que en educación básica en la que también se presenta.
  • Son más violentados los estudiantes que viven separados de uno o ambos padres.
  • Son mayoría los varones reportados como víctimas y como responsables de los diversas expresiones violentas.
  • Son más proclives a sufrir violencia quienes se encuentran en los extremos de algunas características socioculturales, escolares, familiares o personales, como son:
    • La académica. Estudiantes con calificaciones muy altas (promedio de 10) y alumnos con rendimiento bajo (promedio por debajo de 7.5)
    • La económica. Estudiantes percibidos como de nivel socioeconómico alto quienes son víctimas frecuentes de robos, así como estudiantes con características familiares relacionadas a un bajo nivel socioeconómico que les impide adquirir los útiles, libros, ropa u otros artículos que sus compañeros poseen.
    • La disciplina escolar. Se reporta mayor incidencia de violencia en las escuelas que son percibidas como extremadamente laxas o estrictas en términos académicos o disciplinares.

No es fácil explicar las razones que llevan a un adolescente a ser violento con un compañero al que consideran diferente o indefenso; así como a permitirlo a pesar del sufrimiento que esto conlleva. A continuación, y dejando atrás el reporte de Mejoredu, intentaré esbozar algunas hipótesis derivadas a partir de las aportaciones de las neurociencias.

El cerebro humano es producto de miles de años de evolución que, si bien nos diferencia de otros seres vivos, es cierto que compartimos con ellos un origen común y por tanto de características que influyen en nuestro comportamiento. A pesar de nuestras capacidades de raciocinio, inteligencia y creatividad que han dado lugar a obras artísticas, científicas y tecnológicas que desafían nuestra capacidad de asombro; la función principal de nuestro cerebro es sumamente simple: sobrevivir y reproducirnos exitosamente para preservar la vida individual y de la especie. Con este propósito, nuestro cerebro está preconfigurado de tal forma que en cada etapa de la vida y dependiendo del contexto que vivimos, responda a estos propósitos.

Así, el cerebro del niño está programado para generar un gran apego a su núcleo familiar que le da resguardo y lo estimula al aprendizaje; el del adolescente para romper con ese apego mediante un fuerte despertar emocional que lo hace audaz y provoca su emancipación; el adulto recupera la estabilidad emocional al cuidar a su prole; y el adulto mayor pierde las facultades físicas y mentales una vez que ha cumplido, al menos teóricamente, con su misión de vida y reproducción.

El cerebro del adolescente experimenta un acelerado y hasta cierto punto caótico desarrollo emocional. Las emociones básicas de alegría, sorpresa, enojo, desprecio, tristeza y miedo se intensifican y confunden de manera repentina y efímera. Mientras esto sucede, la corteza prefrontal donde residen las capacidades de raciocinio, control inhibitorio, o planeación se desarrolla de una manera más lenta; por lo que los adolescentes primero son secuestrados por su sistema límbico o emocional y después son capaces de razonar por qué sintieron algo o actuaron de determinada manera.

De esta forma, el adolescente agresor, puede sentir un miedo o desprecio irracional por alguno de sus compañeros, y la necesidad de autodefinir su audacia mediante la agresión. Si a esto, le sumamos la participación de otros pares que celebran o simplemente atestiguan la agresión, las conductas abusivas se refuerzan. Casi nunca los adolescentes son agresivos si no tienen quién los vea y los refuerce.

Por otro lado, el adolescente víctima ante una amenaza física o social, experimenta un estado de alerta inconsciente en su amígdala cerebral que provoca una de tres respuestas: huir, luchar o congelarse. Por ello un adolescente en ciertos momentos puede permitir que se abuse de su físico o dignidad, pues la reacción no procede del análisis o razonamiento sobre lo que sucede. Algunos responden luchando, con lo que rompen el círculo de abuso o escalan la espiral de violencia; mientras que otros intentan huir de la amenaza tratando sin éxito de no llamar la atención o de plano permiten en silencio humillaciones psicológicas o vejaciones. Prefieren sufrir una agresión que denunciarla, pues saben que el delatar a un compañero provoca exclusión social; lo cual a nivel emocional activa las mismas áreas cerebrales del dolor físico.


¿Qué hacer entonces para reducir este fenómeno? El reporte de Mejoredu y las neurociencias dan algunas pautas sobre las que podemos intervenir los adultos como padres, maestros o autoridades escolares:

  • Establecer un ambiente de confianza y seguridad donde la escuela y el aula sea percibida por los adolescentes no como un lugar de sufrimiento (no exagero en la descripción) sino por el contrario en un lugar física y emocionalmente seguro donde el abuso y la violencia no es tolerada.
  • Poner especial atención en los grupos de alumnos que de acuerdo con el estudio se identifican con mayor riesgo de sufrir violencia y abrir con ellos canales de comunicación y confianza.
  • Propiciar un nivel adecuado de exigencia académica que desafíe a los estudiantes, pero no provoque ansiedad; así como normas de convivencia, límites y consecuencias razonables.
  • Promover la participación de las madres y padres de familia para que conozcan y puedan detectar las señales que pueden ser indicio de conductas de violencia en sus hijos, tanto como víctimas como responsables.
  • Incluir en la capacitación de docentes el estudio de las características neurobiológicas del cerebro adolescente y con base en ello, determinar protocolos claros de actuación ante la aparición de actos violentos.
  • No celebrar ni participar de actos de humillación, burla o discriminación de ningún alumno. La imposición de un apodo o un comentario irónico o sarcástico de un docente a un estudiante puede dejar huellas más dolorosas y perniciosas que una cachetada o castigo físico de esos que afortunadamente fueron prácticamente desterrados de nuestras escuelas desde el siglo XX.
  • Poner el ejemplo los padres y maestros en el manejo asertivo ante una injusticia o el control de reacciones ante una emoción.

A los seres humanos nos gusta reconocernos y autocalificarnos como seres racionales, sin embargo, en realidad somos seres que razonamos, y no siempre, después de experimentar emociones. Lo que nos hace plenamente humanos, es precisamente la gestión de las emociones que podemos lograr desde el razonamiento y control inhibitorio de los impulsos que nos provocan.

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