INNtenseando: 007 UNAM, sin tiempo para morir.

Por: Sergio Dávila Espinosa

A veces uno se hace ilusiones de cosas que hará cuando tenga tiempo libre. Quizás cuando lleguen las vacaciones o la jubilación. En mi caso, retomar algunas de las cosas que me gustaban de adolescente, como el modelismo, los juegos de mesa, armar rompecabezas o las películas de James Bond.

Es por ello que, ante un respiro temporal de actividad laboral, me propuse hacer un maratón de las 25 películas del agente 007. Adquirí una colección de éstas y con ella en mano, me planteé el dilema de en qué orden verlas. Y es que, ante la atemporalidad del personaje, hay múltiples sugerencias para hacerlo. Yo me decidí por mi propia ruta, ver las películas alternando cada uno de los actores que le han dado vida al personaje. Inicié con Agente 007 contra el Dr. No de 1962 con Sean Connery, continué con Al servicio secreto de su majestad de 1969 la única película que protagonizó George Lazenby; siguiendo con Vive y deja Morir con la que tomó la batuta Roger Moore en 1973; Alta Tensión de 1987 con Timothy Dalton, Goldeneye de 1995 con Pierce Brosnan y Casino Royale con la que en 2006 debutó Daniel Craig, el más reciente y saliente protagonista del mítico agente secreto inglés con licencia para matar. La próxima semana, volveré el periplo retomando a Sean Connery.

¿Quién ha sido el mejor protagonista de la saga? Es una pregunta que ya no me planteo. Mi padre opinaba que Sean Connery, y yo estaba convencido que fue Roger Moore, pero mi hijo quedó fascinado con la más reciente película interpretada por Craig, por lo que me parece que la comparación es injusta y estéril. Injusta porque cada película fue filmada con los recursos tecnológicos, actorales y guionísticos de la época. Y son estériles, porque para realizar la comparación se necesita establecer parámetros objetivos y ser experto para poderlos valorar sin sesgos de subjetividad. Y aunque digamos que el mejor fue éste o aquél, las preferencias siempre estarán condicionadas por nuestros recuerdos emocionales.

Tan injusto y estéril como preguntarse si el mejor jugador de futbol de la historia es Pelé, Maradona, Messi o Cristiano. Pueden llover argumentos y estadísticas que pretenden ser objetivas, pero para quienes estuvieron en el estadio azteca presenciando la comunión de Pelé con el público mexicano, o para quienes se maravillaron con el llamado Gol del Siglo que anotó Maradona en 1986 después de eludir a cinco jugadores ingleses, no hay lugar para ninguna discusión. Injusto y estéril pues ni las reglas del futbol son las mismas, ni la preparación o exigencia que tienen los jugadores hoy en día.

Y lo mismo pasa si queremos comparar gustos musicales, autores literarios e incluso héroes nacionales. Inevitablemente somos presos de los recuerdos asociados a nuestra propia historia. ¿De verdad el mejor presidente de México ha sido Benito Juárez?, ¿De verdad la mejor época de la música fue la década de los ochenta?

Ya en esta columna me he referido que todos somos presas en mayor o menor medida de diversas distorsiones cognitivas que son maneras subjetivas en las que procesamos la información con un sesgo negativo o con tendencias de interpretación del mundo de forma desadaptada o errónea. Y es que desde la infancia vamos construyendo esquemas con los que nos explicamos el mundo pero que están sumamente influenciados por las experiencias que hemos vivido y las emociones que éstas nos han provocado. Con estas distorsiones crecemos y se hacen presentes a cada momento sin que la mayor parte de nosotros seamos capaces de identificarlas o cuestionarlas. El pensamiento polarizado, la sobregeneralización, la visión catastrófica, la negación, la personalización, son algunas de ellas a las que me atreveré a añadir una: la de “mis tiempos fueron mejores”.

Todos la padecemos en mayor o menor manera, pero esta semana tuvimos un ejemplo que ha hecho explotar las redes sociales. Y es que el presidente de México Andrés Manuel López Obrador, desde el foro de televisión que montó en el Palacio Nacional afirmó el pasado jueves que la Universidad Nacional Autónoma de México “se volvió individualista, defensora de proyectos neoliberales y que perdió su esencia de formación de cuadros profesionales para servir al pueblo”.

Como era de esperarse, y como seguramente lo quería el presidente, las respuestas se han multiplicado en contra y a favor de estas declaraciones. Desde quienes le dan la razón aduciendo a la arrogancia intelectual con la que se conducen muchos de sus docentes e investigadores o los altos salarios que perciben; o desde el otro extremo quienes la pretenden defender con argumentos que les parecen incuestionables como su propio paso por dicha universidad lo que a sus ojos la convierte en benemérita e impoluta; o con ataques ad hominem al recordar el tiempo que el presidente tardó en obtener su título profesional exhibiendo incluso la imagen de un presunto y mediocre kardex académico plagado de exámenes extraordinarios.

¿Es la UNAM de hoy mejor que la de la década de los setenta? Me parece que una vez más estamos ante una falsa disyuntiva cuya respuesta estará invariablemente mediada por la distorsión cognitiva del “mis tiempos fueron mejores”. Los retos de una universidad hoy no son los mismos que hace 50 años. Ni el conocimiento científico, ni los reglamentos académicos, ni las expectativas de los estudiantes. La discusión, por tanto, no debería voltear para el pasado con la finalidad de compararlo con el presente; sino mirar al futuro con la intensión de visionar el país que queremos construir y empeñarnos por disputarlo desde las aulas y la investigación.

Mientras el resto del mundo está definiendo las características de la educación para el año 2030, aprendiendo del pasado, valorando los aciertos del presente y acordando los desafíos que implica el currículum, la formación de competencias profesionales y genéricas, y los mecanismos de evaluación que permitirán asegurar su pertinencia. Mientras el resto del mundo coincide en que el éxito de un sistema educativo implica la colaboración entre los gobiernos y la sociedad, especialmente tomando en cuenta la participación de los docentes y los científicos, aquí nos debatimos en la injusta y estéril discusión sobre si los egresados de la UNAM de los 70 eran más valiosos que los del siglo XXI.

Afortunadamente, al margen de esta tormenta mediática, algunas instituciones educativas sí están pensando en el futuro, como el caso de la UASLP, que en 2023 conmemorará un centenario de ser la primera universidad autónoma de nuestro país y que ha iniciado ya una serie de trabajos prospectivos en los que participan los universitarios para responder de manera responsable y pertinente a los cambios sociales y científicos con los que iniciará su segundo siglo de existencia.

Mientras algunos discutirán si es mejor Sean Connery o Daniel Craig, a la UNAM como a James Bond no les queda tiempo para morir.


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