El pasado martes 7 de diciembre en una de esas coincidencias que no alcanzamos a asimilar, al tiempo que celebramos el trigésimo octavo aniversario del Instituto de Investigación para el Desarrollo de la Educación A.C. (IIDEAC) nos enteramos del deceso de su cofundadora y presidenta, la Dra. Carmen Cervera Ceballos. Quiero dedicar el espacio de esta columna a su memoria no sólo como homenaje a una persona querida, sino como reflexión de la esencia del quehacer formativo y las lecciones de vida que nos deja a los docentes y directivos de instituciones educativas.
La Dra. Carmen, originaria de Mérida, Yucatán, estudió Filosofía en la Universidad Panamericana iniciando una trayectoria continua de estudios que incluyeron desde los formales como el doctorado que obtuvo en Montreal, Canadá con el reconocimiento “Magna cum laude” hasta los informales y continuos como las diversas capacitaciones para el manejo de las herramientas de Google Drive o las reflexiones de los cafés virtuales que el IIDEAC organiza con directivos de instituciones educativas para compartir y reflexionar sobre temas emergentes surgidos en esta larga pandemia. De su testimonio aprendí que un docente siempre está en búsqueda de formación para actualizarse, queningún título es definitivo, nunca se sabe suficiente y la actualización es alimento necesario que nutre la vocación.
Cuántas lecciones aprendidas sobre el verdadero significado de la “motivación” que no se trata de una actividad sino de darle a los alumnos las razones por las que vale la pena esforzarse para aprender algo; la importancia de “cerrar la maleta” realizando una síntesis de lo aprendido al terminar cada sesión, la necesidad de prever las travesuras del “duende de la tecnología” que parece empeñarse en fallar especialmente cuando no se prueban los aparatos e instalaciones con oportunidad, y sobre el respeto que merecen las personas y que se refleja en los pequeños detalles que van desde el arreglo personal hasta la estricta puntualidad para iniciar las sesiones. Con la Dra. Carmen también aprendí que un verdadero educador establece una relación personal con cada uno de los alumnos, conociendo y recordando no sólo el nombre de cada uno sino también sus gustos y necesidades.
Todo educador guía su actuar cotidiano en principios que lo identifican y se manifiestan en sus acciones. En el caso de la Dra. Carmen, estos principios, permearon en la fundación del IIDEAC y se resumen en cuatro principales e irrenunciables:
- Amor a la Verdad: Expresado como afán por la investigación constante, la actualización profesional permanente y el aprecio por el sano pluralismo.
- Respeto a la dignidad de la persona: Valorar al ser humano en todas sus dimensiones y posibilidades, independientemente de su condición social, cultural o de género.
- Voluntad firme de servicio: Manifestado en el esfuerzo y dedicación que ponemos en beneficio de los demás.
- Responsabilidad Social: No como una norma que obligue, sino como compromiso a vivir la solidaridad e impactar positivamente en el desarrollo social.

Cuatro principios cuyo ejercicio habitual y permanente transforman y enriquecen la vocación docente y el desarrollo personal. Por eso podemos afirmar que a diferencia de otras actividades donde se puede disociar la competencia profesional de la ética personal, en el caso de la educación un buen docente sólo puede serlo, si antes es una buena persona.
La docencia es un acto de amor y trascendencia. Las enseñanzas de vida nos acompañan más allá de las paredes de un salón de clase y del calendario escolar.
Quienes hemos sido invitados por vocación o atrapados sin proponérnoslo en la docencia, influimos en la vida de nuestros alumnos más allá de que seamos conscientes de ello o no. Nuestros alumnos nos miran y aprenden más de lo que somos que de los que les decimos. Con nuestras palabras y actitudes confirmamos vocaciones o, por el contrario, alejamos a los alumnos del amor al estudio, a la verdad o al servicio.

Pobres de los maestros que sólo enseñan contenidos. Pobres de aquellos que no se esfuerzan en conocer a sus estudiantes. Pobres de aquellos que sólo se asumen maestros de 8 a 3 p.m. de lunes a viernes. Pobres de aquellos que consideran que no necesitan actualizarse. Pobres de quienes escudriñan en los contratos cláusulas para no esforzarse. Pobres de aquellos que buscan en su salario la razón de su trabajo. Pobres, porque nunca podrán disfrutar de la maravillosa sensación del deber cumplido, de ser testigos, alegrarse y sentir como propios los logros de los estudiantes.
Es por ello que la vida de la Dra. Carmen, para aquellos que tuvimos la suerte de conocerla, se vuelve una indeleble lección sobre la generosidad, el amor y la trascendencia.
Sergio Dávila Espinosa
Twitter: @sdavilae
13 de diciembre de 2021