“El dolor no puede medirse por la causa, sino por el efecto. Con igual amargura llora el niño codicioso de un juguete, que el hombre fallido en sus ambiciones” (Jacinto Benavente)
Uno de los grandes paradigmas de la sociedad es el concepto de fortaleza y su contraparte, la debilidad, misma que es relacionada con la capacidad de sentir y expresar el dolor, a pesar de que muchas generaciones han pasado, es uno de los puntos que desafortunadamente no han logrado evolucionar del todo para favorecer una plena libertad de expresión sentimental, dicho de otra forma, ¿Qué de malo tienen sentir dolor o expresarlo?
Es sumamente complicado para todo individuo reconocer que, en algún momento de su vida ha experimentado “DOLOR”, ese estado vulnerable y por supuesto de indefensión, entonces preferimos mantenerlo en secrecía, lo que nadie nos dijo es que lo anterior trae consecuencias, muchas veces imperceptibles, que pasan de forma inadvertida a ser parte de nuestra vida, personalidad y un fantasma que viaja sentado en nuestro hombro a lo largo de nuestra vida. Ahora pensemos, qué sucede si ese dolor se le hace experimentar a un menor sea niño o niña, en donde los padres juegan el papel más importante en la vida de estos pequeños, y no hablamos de algo tangible sino de un dolor que emana de un sentimiento de soledad, de tristeza, de negación que es provocado por el que debiera ser su protector, por él que debió mostrarle lo que es el amor, por él que debió cuidarle.
¿Cómo reaccionamos ante su dolor? ¿De manera indiferente? ¿Preguntamos y escuchamos que sucede? ¿Nos horrorizamos? ¿Prestamos atención a sus necesidades?… Bien, las anteriores son algunas de las interrogantes que todo padre y tutor debería de plantearse durante la infancia de aquella persona porque en la adultez de la misma veremos consecuencias de lo que no se subsano durante la INFANCIA.
A lo largo de su existencia muchas personas desafortunadamente sufren algún accidente que les deja una marca, la cual conocemos como “CICATRIZ”, que se convierte en el recuerdo constante de aquel evento. Si trasladamos este pensamiento al ámbito emocional esto mismo sucede con las heridas que se abren durante la infancia y que por supuesto no fueron atendidas, siguen allí recordando aquellos instantes en donde más solo se sintió aquel pequeño, en donde se le exigió dejar de comportarse como niño para adquirir responsabilidades no acordes a su tierna edad, instantes en donde fue testigo de una pelea, de una actividad sexual inapropiada, la lamentable fecha en donde perdió a un ser querido a su súper héroe, a su heroína y nadie se tomó un minuto para explicarle que sucedió y mucho menos le acompaño en su dolor.

¿Qué sucederá con aquel infante en su edad adulta? Sencillo, en algunos que padecieron violencia habrá una repetición de patrones, otros tantos acumularon traumas, miedos, inseguridades; los cuales desahogaran en sus familias porque nunca sanaron de aquello que vivieron durante su infancia. Resulta un poco curioso que tan inadvertidas pasan las conductas propias, porque aquellos que curiosamente niegan alguna consecuencia en su vida por ciertas vivencias en su infancia, son los claros ejemplos de que se debe curar aquella herida.
Por otra parte, en la actualidad nos encontramos con opiniones contrarias a la aceptación de que toda consecuencia en nuestra vida adulta está ligada a la infancia y no es que se esté generalizando una conducta, pero si en la diversidad de casos hay una constante es una alerta para tomar en cuenta, de esto se trata la “Criminogénesis” de cuál es el origen o principio de la conducta criminal.
En su mayoría de los conocidos como “asesinos seriales, homicidas, feminicidas y más” tuvieron infancias bastantes terribles las cuales les llevaron a desencadenar factores que los convirtieron en esos personajes y no, NO pretextamos una conducta inapropiada, pero si encontramos entre sus generales la cicatriz de una infancia difícil. Concluimos entonces que estamos muy a tiempo de mostrar interés y empatía por los más pequeños del hogar, por darles ese tiempo de calidad cada vez más necesario, por involucrarnos en sus gustos y conocer de sus inquietudes, recuerda que el dolor más grande no es el que se grita es el que se lamenta en silencio, no es aquel que se llora es el que inunda de sufrimiento, las peores heridas no son las que sangran sino las que desgarran por dentro
Y antes de irnos, la pregunta obligada, ¿Cuál es la frase más dolorosa que recuerdas de tus padres?, ¿ya la tienes?, bien continuemos, ¿sabes cuál es la más dolorosa que tu hijo recuerda de ti?….


Betzabeth Almazán Morales
Criminóloga