INNtenseando: Club familiar de lectura.

Para nadie es un secreto que uno de los hábitos más valiosos que podemos adquirir es el de la lectura. Es la puerta al conocimiento y al aprendizaje, pero también a la imaginación y la creatividad. Como afirma Pablo Boullosa, para inventar hay que tener inventario y es por la lectura que nos apropiamos de uno inmenso en el que se almacena conocimiento, cultura y todo tipo de emociones. Es por ello que sin ambages podemos decir que la comprensión lectora es la competencia madre del aprendizaje.

El hábito de la lectura nos permite también un delicioso disfrute, el de una cita cotidiana con temas, autores e historias que esperan pacientemente mientras volvemos a abrir un libro. Paradójicamente es un momento de intimidad que para nada es solitario. Como afirma Joaquín Sabina “Hace muchísimos años que no estoy solo, desde que aprendí a leer”.

Sin embargo, a pesar de su valía, la lectura y la escritura no son habilidades naturales del ser humano como sí lo es la adquisición del lenguaje oral. Nadie nace sabiendo leer o escribir, ni puede aprender a hacerlo solo. La competencia lectora sólo mejora con la práctica, con la repetición sostenida. En la escuela primaria los niños aprenden a reconocer palabras escritas y con la guía profesional de sus maestras y maestros poco a poco pasan del “aprender a leer” al “leer para aprender”. Una vez que han mecanizado el proceso, sigue desarrollar las habilidades de comprensión que darán como resultado la recuperación de información, el pensamiento crítico y la imaginación, entre otros procesos cognitivos. Así que como cualquier otro proceso que se pretenda perfeccionar, es necesario dedicarle tiempo y numerosas repeticiones para lograr su consolidación hasta que se vuelva un proceso automático en nuestra memoria procedimental.

Y aquí es donde comienza el problema: lograr que la lectura se vuelva un hábito no es responsabilidad de la escuela. Así de fuerte, así de claro. Y no se trata de que la escuela no quiera, sino de que no puede formarlo. Trataré de explicar por qué.

La adquisición de un hábito requiere de la repetición de una conducta al menos por un período inicial de 21 días, y para que éste se mantenga, deberá continuarse al menos por 66. En la escuela no podemos dedicar 20 minutos diarios a la lectura de comprensión por varias razones:

  • Porque este hábito está ligado a la lectura recreativa, es decir aquella que parte de los intereses y gustos de cada niño, mientras que los maestros se sienten agobiados por cumplir programas cargados de contenidos, así que, aunque parezca difícil de creer para quienes no son maestros, un espacio de 20 minutos diarios en la escuela no es tan sencillo de encontrar.
  • Porque la lectura requiere atención focalizada y sostenida en las páginas del libro y el salón de clases es el peor lugar para encontrar la calma que se requiere para hacerlo ya que está plagado de los estímulos más atractivos para los alumnos: sus propios compañeros. Se puede encontrar a una persona leyendo concentrado en una ruidosa sala de espera de un aeropuerto donde hay 100 desconocidos, pero pretender que un niño de primaria o secundaria ignore las miradas, gestos o movimientos de sus compañeros, no sólo es utópico, sino que termina condicionando la lectura como una actividad aburrida ya que lo separa de su interés natural.
  • Porque consolidar un hábito requiere de constancia y la constancia implica un esfuerzo que a su vez requiere de motivación. Y entonces cabe la pregunta ¿qué motiva a los niños a leer?, ¿qué puede valer el esfuerzo que requiere concentrarse por 20 minutos en las páginas de un libro que muchas veces ni siquiera eligieron?, ¿por qué deberían esforzarse y destinar la energía cerebral que requieren si su cerebro está diseñado para optimizarla?
  • Porque años y años de experiencia también nos han enseñado que es una mala idea “dejar un libro de tarea” para leer en casa. Es cierto que algunos de nosotros tuvimos nuestro primer contacto con la literatura a partir de esta práctica, pero también es cierto que todos podemos recordar algún libro que nos dejaron de tarea en el que los ojos no atinaban a avanzar de un párrafo sin que la mente saltara como mono pensando en cualquier otra cosa.   

¿Y entonces qué podemos hacer para fomentar el desarrollo de este hábito?

En mi opinión, tanto la escuela como la familia tienen que trabajar coordinadamente o no, su parte de responsabilidad.

Sí, en la escuela los maestros hacemos lo que podemos con los recursos que tenemos. Promovemos bibliotecas de aula, coloquios de lectura y últimamente convocamos a los alumnos a compartir en redes sociales sus reseñas de libros como Booktubers o Booktokers.

Pero quizás nos falta también que contagiemos el entusiasmo por la lectura, aunque no enseñemos Español. Si nos ven que junto con nuestras listas y material llevamos un libro, su curiosidad natural los llevará a preguntar “¿qué está leyendo profe?”, “¿de qué se trata su libro?” Recuerdo a un maestro de matemáticas que desde primaria “si nos portábamos bien” nos leía algún capítulo de “El Hombre que Calculaba” del escritor brasileño Malba Tahan en el que se presentaban las aventuras de un caminante cuyo conocimiento de matemáticas lo llevaba a salir avante de peligros y sacar provecho de situaciones. Nunca nos lo pidió comprar, pero en cuanto pude, lo adquirí con los domingos que había ahorrado. Su lectura seguramente me ayudó no sólo a desarrollar mi competencia lectora, sino que en este caso seguramente es en parte responsable de mi opción vocacional como maestro de matemáticas.

¿Pero qué pasa cuando los niños llegan a casa? ¿Refuerzan el hábito o se liberan de él?, ¿Cuál es el valor explícito que le damos a la lectura en la dinámica familiar? Presento algunas preguntas para la reflexión:

  • ¿Cuál es el espacio que ocupan los libros en casa? ¿Qué importancia tiene tu biblioteca? Evidentemente no me refiero a tener una habitación destinada a ellos, pero si los libros no se les trata al menos con el mismo respeto que le tenemos a las películas o videojuegos dedicándoles un estante o librero que esté a la vista de todos, el mensaje implícito será que son desechables o un estorbo para la dinámica familiar.
  • ¿Tus hijos te miran leer? Repetimos hasta el cansancio hasta en redes sociales que los niños aprenden lo que ven, y es verdad, el gusto por la lectura pasa por el aprendizaje vicario, es decir por imitación de sus padres. Si los chicos nos miran sólo viendo televisión o pendientes de las publicaciones de nuestro celular, eso mismo aprenderán, puesto que nos aman y quieren ser como nosotros.
  • ¿Visitas las librerías con ellos? A los niños les gusta salir de paseo con sus padres, pero los parques y el cine no son la única opción. Entrar de vez en cuando a una librería es un poderoso mensaje. Y podrás decir que prefieres evitarlo porque todo se les antoja, pero precisamente se trata de eso, de que se les antojen los libros. Deberíamos saltar de alegría cuando nos piden comprar un libro en lugar de un celular o un videojuego. Son muy caros, lo sé, pero puedes poner algunas reglas como destinar un presupuesto o sólo comprar un libro cuando hayan terminado de leer otro.
  • ¿Cuándo fue la última vez que elegiste para ellos un libro como regalo? Hay dos tipos de regalos, aquellos donde ellos te dicen qué les gustaría recibir y que de alguna manera se sienten con derecho a elegir, como en sus cumpleaños o navidad, pero también están aquellos en los que los sorprendes sin que tenga que mediar para ello un premio. Al entregárselos puedes decirles por qué lo elegiste para ellos. Quizás fue un libro que marcó tu infancia o porque trata de aquella película que tanto disfrutaron juntos. No olvides dedicarlo de tu puño y letra. Seguramente se convertirá en un valioso recuerdo que atesorarán cuando ya no estés.

Encontré en un posteo de una colega una excelente idea para formar un club de lectura familiar: se reúne toda la familia una vez por semana en un espacio preparado para que cada uno pueda leer por un tiempo determinado el libro que cada uno prefiera, puede ser media hora o 45 minutos según la edad de los pequeños. Al terminar participan por turnos hablando de lo que les gustó de lo que leyeron y lo comentan juntos, compartiendo también alguna bebida y comida que sea del gusto de todos. Quizás pan y chocolate, o pizzas y refresco. Cuando alguien ha terminado un libro se celebra como éxito y tiene derecho a uno nuevo en la próxima visita a la librería. Quizás incluso se pueda invitar a los abuelos a participar de ese momento. ¿Se imaginan todo lo que podríamos ganar no sólo en cuanto al hábito de la lectura sino para su comunicación, seguridad y apego familiar? ¡Todo un shot de dopamina y oxitocina!

Hace tiempo que Marx Arriaga se volvió paredón de los medios por su declaración en la que señaló que Leer por goce es un acto de consumo capitalista. Muchos criticaron su declaración argumentando las bondades de la lectura recreativa a las que me he referido en esta entrega. Sin embargo, ¿cuántos de los que lo hicieron podrán considerarse lectores competentes? Qué triste admitirlo, pero quizás con nuestras acciones y omisiones le estamos dando la razón.

Sergio Dávila Espinosa
Twitter: @sdavilae

31 de octubre de 2022

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: